lunes, 5 de julio de 2010

Sólo necesitaba una canción inspiradora y una escena de pixar.

Estuve meses sin escribir esperando una idea que valiera la pena. El otro día fui a ver toy story 3 y me di cuenta que una peli puede hacerte llorar sin decir nada importante, y a la vez, todo.
La relación entre toy story y mi re-escritura (re-incidencia) es arbitraria. Pero a partir de ahora (o siempre) será todo arbitrario.

La canción de Groove Armada I won´t kneel me resulta exponencialmente inspiradora. Si hubiera coinicidido con la escena de toy story en la que Andy regala sus juguetes, hubiera sido el momento más nostálgico, inspirador, y conmovedor que hubiera sentido. Como no sucedió, lo recreo cuando quiero en mi imaginación y sigue siendo igual de brillante.

Había olvidado lo emocionante que puede ser el cine. Un lugar oscuro en donde se puede llorar en público. Y si encima tenés anteojitos 3d que te desinhiben del chiquito de al lado que come pochoclos y está viendo otra película de dibujitos, divertida, pero distinta al peliculón que terminaste viendo vos en esos dibujitos animados por computadora que te hacen emocionar hasta las lágrimas, me cuesta explicar lo perfecto que puede ser.

Devolví los anteojos empañados, y bajé por la rampa del Abasto explicándole a raúl que había llorado por mi infancia, por mis domingos a la mañana con mis hermanos dormidos en el banquito de San Juan Bautista esperando que termine el sermón para ir a casa a seguir durmiendo, por mis sábados madrugones mirando Nubeluz, por el nesquik que mi mamá me llevaba a la salida del colegio para tomar en la plaza Arenales, por las tardes de lluvia mirando Jugate Conmigo con Kubi, o el besito de xuxa, por los himan de mi hermano que no me prestaba, por las camas marineras, el olor a café y tostadas de las 7am y el auto de papá llevandome al cole. Mi hermana gritando porque llegaba tarde, mi mamá vistiendo en el camino a mi papá para que no se olvidara nada, mi papá buscando su lente de contacto en el auto, yo atrás, mirando. Mi cocker, mi hugui chiquito, mi nona, mis sábanas de pluto, y ahora mi independencia.

Me acuerdo de una noche hablando con mi hermano. Yo era chica, le decía que odiaba que ellos pudieran irse de casa a otro lado sin avisar a donde iban, y que odiaba ser chiquita. O ser más chiquita que ellos. Duby sabio me dijo: -cuando lo tengas vas a querer otra cosa-. Y cuando lo tuve quise otra cosa, y así sucesivamente, hasta hoy, que quiero recibirme y tener un trabajo mejor.

Y pienso que sentir eso es inevitable. Que estamos programados para vivir hacia adelante, y en el peor de los casos, aferrados hacia atrás, hacia el pasado que duele. Pero lo que más nos cuesta es vivir el presente. Me pregunto, ¿se puede? Si todo el tiempo tengo que pensar quién quiero ser, qué quiero hacer, cómo voy a resolver algo.

Pienso que la vida es un plan, infinito, hasta el momento en que te cruzás con toy story y mirás tu agenda del decenio pasado.
Por 2 o 3 días voy a vivir distinto. Hasta que me encuentre con otra escena que logre conmoverme y piense en el momento en que estuve escribiendo mi blog, casi, inconcientemente.