jueves, 13 de septiembre de 2012

Mortales, ingenuos, felices


Ay, pero qué linda canción.

Según wikipedia, un accidente es un suceso provocado por una acción violenta y repentina ocasionada por un agente externo involuntario, que puede o no dar lugar a una lesión corporal. Los diferentes tipos de accidentes se hallan condicionados por múltiples fenómenos de carácter imprevisible e incontrolable. Imprevisible e incontrolable, así dice, así fue.

Sonó el teléfono varias veces antes de que tuviera voluntad de atenderlo. Era jueves y los jueves en general duermo poco y el día se me hace largo, eterno, casi infinito, como si tuviera que suplicarle al tiempo que avance rápido, que me quiero ir, que ya no quiero estar ahí. Después se me pasa. Y al otro día el celular larga la misma musiquita de siempre y lo vuelvo a hacer. Pero ya distinto porque es viernes y mañana te quedas a disfrutar de las sábanas tibias y de los ruidos del pasillo del edificio. Esos ruidos que nunca escuchás porque no estás, no conocés los ruidos del pasillo de día, no los conocés porque vivís ahí de tarde a noche y a la mañana te vas. 

Era jueves a las tres de la tarde y era mamá. La voz se le quebraba como cuando dice algo cursi que me incomoda, pero esta vez era algo más. No era cursi, tenía miedo. Aldi vení al Fernández, es papá, está bien pero tuvo un accidente. Está bien pero tiene un respirador y yo no sé qué hacer. ¿A quién llamaste? A nadie, está Luis conmigo, ¿quién es Luis?, bueno no importa, ahora voy, ya voy mamá, ya voy.

El asiento con rueditas se movió rápido para atrás y los dedos de Vicky quedaron aplastados entre el brazo izquierdo y el escritorio. Perdoname Vicky, es mi papá. Me voy, avisale a Lu. No sé, un accidente me dijo. Yo te llamo, gracias. Perdón por la silla, perdón.

¿Un taxi hasta el Fernández cuánto tarda? No sé, debe ser mucho. Me tomo el subte que es mejor. Catedral, 9 de julio, Tribunales, y perdí la cuenta. La gente tenía un día como siempre, y mi papá había tenido un accidente. Iba agarrada del pasamanos colgante que me tiraba del brazo, y el viento que entraba por la ventanilla me hizo acordar a esa vez que mi papá llegó de Expreso San Isidro y me llevó al zoológico en tren. Íbamos casi solos en el vagón del medio, y los dos sabíamos que era más importante el viaje que el destino, y lo vivíamos así. Miraba por la ventana como si estuviera enseñándome algo, no sé bien qué, pero se sentía orgulloso. Era mi primer viaje en tren y estábamos los dos solos disfrutando el viaje, enfrentados uno en cada asiento, como una metáfora de nuestra relación, sin hablar mucho, creo que nada. Nunca supe bien de qué conversar con mi papá. Pasó un tipo vendiendo garrapiñadas y mi viejo no necesito estirar el brazo porque éramos los únicos que estábamos y a los únicos a quien mirar. Comimos las garrapiñadas y nos bajamos en Palermo. Seguramente fuimos al zoológico, no me acuerdo. 

Sonaron las chicharras de que faltaba poco para cerrar las puertas en estación Alto Palermo. Perdoname, me bajo acá, perdón, si, me olvidé que me bajaba acá, perdóname, listo ya pasé, perdón, gracias. La máquina se fue y yo me quedé sola, en la estación. La gente salió y subió por la escalera mecánica. Cuando reaccioné subí por la otra, no quería llegar. Caminé despacio cruzando el parque Las Heras. Debe ser una exageración de mi vieja, seguro que es una exageración de mi vieja, esto va a terminar mal, en pelea por haberme asustado así. Ay mamá qué exagerada, cómo me vas a asustar así, salí corriendo de la oficina, le aplasté los dedos a Vicky. Si papá está bien, en observación un rato, se golpeó un poquito, ese moretón ya se le va a ir. Estaba trabajando mamá, para qué me llamaste. 

Entré por la parte de las ambulancias porque ahí me dijeron que estaba la guardia. ¿Quién sos? ¿Luis? ¿Viste a mi mamá? Ahí estaba, en el pasillo. Tenía los ojos como dos canicas, casi que sin expresión. ¿Qué pasa má? ¿Y papá? No llores má, seguro que está bien. Yo voy, no te preocupes. Vos sentate y quedate con Luis. ¿Quién es Luis? Ah sí, el marido de Chuchi. Bueno, vos quedate con él. No llores má. Papá va a estar bien.
Me dijo que caminara hasta el final del pasillo, que lo iba a encontrar ahí. ¿Lo viste a mi papá? Roberto se llama. Me dijo mi mamá que se golpeó las costillas, que tiene algo ahí. No, no me dijo bien dónde estaba, pero me dijo que lo buscara acá. ¿Ese es mi papá? Ah, gracias. 

Lo vi sin que me viera, y aproveché esos cuatro, cinco segundos de invisibilidad para poder poner la cara que quería. Cara de miedo, de no saber qué hacer, de escuchar gritos, dolor, que llamen a alguien, que no podés hacer nada, que ojalá me estuviera doliendo a mí. Perdoname pá, soy muy dura con vos, es que nos parecemos, pero yo te quiero pá, tenés que estar bien. No le podía decir nada, pero lo agarré fuerte de la mano y me sonrió. Intentó mostrarse fuerte pero no podía, le costaba respirar. Llamá a una enfermera hija, no aguanto más. Ya fui pá, me dijeron que te tenés que aguantar, ya pasa. Agarrame de la mano fuerte así sentís menos, a mi no me duele, apretame. Te quiero pá, perdoname. Pensé que mamá exageraba. Tendría que haber venido más rápido, en taxi, o cruzar el parque Las Heras corriendo. No quise creer.

Justo hace un tiempo pensaba que ya era hora de ocuparme más, qué yo no me preocupaba por ellos, que ya son grandes, que ya tendría que llamar para ver cómo están. Que no hablamos nunca porque no me quieren molestar, y yo que nunca atiendo el teléfono. Que en mi afán de independizarme, de ganarme mi espacio, de jugar a la autonomía en un departamento prestado, me alejé. Que quizás ya no sabemos de qué hablar, de que somos tan distintos, de la imagen que construí para ellos y me creyeron. De lo que nunca les conté, de lo que quiero hacer y no me animo. De lo que me gusta pero es raro, y no puedo compartirlo. Y de política mejor ni hablar. Y no te metas con Dios, porque no vas más los domingos. Papá y mamá me criaron a su manera, como todos los padres, y yo como una luz que rebota en el espejo, me esforcé por convertirme en todo lo contrario, al menos, en algunos puntos que en mi vida son prioridad.

Eran las seis y ya no gritaba, no decía nada. Creo que se había acostumbrado al dolor. Mamá seguía en la salita de espera, no quería entrar, o no podía. Quién sabe. ¿Te hago unos masajes en los pies? ¿Para qué? No sé, dicen que ahí están todas las terminaciones nerviosas del cuerpo, quizás te alivia. Sólo quería hacer algo, sentirme útil, que podía palear su dolor. Él se entregó a su hija aún sabiendo que eso le iba a doler. Quería sentirse cuidado, protegido, cerrando los ojos con la confianza de que había hecho las cosas bien, de que yo estaba ahí con él, protegiéndolo, intentando hacerlo sentir mejor. Diciéndole en silencio que lo quería, mientras apretaba fuerte su metatarso y rezaba por estar haciendo algo por él.

Ese jueves todos teníamos un plan. Papá tenía que llegar a lo de Vázquez antes de las cinco para revisar una declaración jurada que iba a presentar el lunes. Mamá a la noche tenía pinturita, y le iba a dejar preparada una tarta para que comiera antes de que ella llegara porque si no se pone fastidioso. Gise se quedaba con las nenas porque Patín ensayaba. Me había dicho si quería pasar a verlas pero yo quería dormir. No había dormido nada y en lo único que pensaba era en cuando apagara la luz de la mesita y sintiera el frío de la almohada en el cachete. Dos o tres minutos me hubiera costado dormir. 

Así fue el accidente, como si lo hubiera previsto wikipedia. Imprevisible, incontrolable, falto de explicaciones. Qué injusticia, me decía, mientras le mostraban las radiografías a contraluz. ¿Cómo es vivir sintiéndose finito? Si viviéramos pensando todo el tiempo en nuestra finitud, no podríamos. Todo lo que haríamos se convertiría en un infinito para qué. La angustia que se apodera del cuerpo, la falta de racionalidad. La religión, la política, el amor. La pulsión de vida y la pulsión de muerte. Los cementerios, y los cadáveres. Dónde están ellos. Qué va a pasar conmigo. Lo pensé y tuve que servirme más Coca. Levantarme hasta la cocina, traer la botella, y servirme más Coca. Hacer una pausa. Pensar en qué nunca me hago demasiado problema por esto, ni yo ni nadie, que mejor no pensar. Que vivamos siendo felices y creyéndonos infinitos hasta que la muerte diga lo contrario. Y que para qué vivir, y que para lo mismo que digo siempre. Que para amar, que para sentir, que para emocionarse de algo, hasta a veces que para sufrir, porque ese también es un dolor intenso que en algún lugar oscuro despierta placer. Que me gusta el drama, que ya lo sé. Que hay que seguir viviendo, que mañana le dan el alta. Que puedo dejar de pensar en eso otra vez. Que mañana es viernes, y el sábado duermo hasta tarde. Y los ruidos del edificio, qué lindos los ruidos, papá está bien.