Ay, pero qué linda canción.
Según
wikipedia, un accidente es un suceso provocado por una acción violenta y
repentina ocasionada por un agente externo involuntario, que puede o no dar
lugar a una lesión corporal. Los diferentes tipos de accidentes se hallan
condicionados por múltiples fenómenos de carácter imprevisible e incontrolable.
Imprevisible e incontrolable, así dice, así fue.
Sonó el teléfono varias veces antes de que tuviera voluntad
de atenderlo. Era jueves y los jueves en general duermo poco y el día se me
hace largo, eterno, casi infinito, como si tuviera que suplicarle al tiempo que
avance rápido, que me quiero ir, que ya no quiero estar ahí. Después se me
pasa. Y al otro día el celular larga la misma musiquita de siempre y lo vuelvo
a hacer. Pero ya distinto porque es viernes y mañana te quedas a disfrutar de
las sábanas tibias y de los ruidos del pasillo del edificio. Esos ruidos que
nunca escuchás porque no estás, no conocés los ruidos del pasillo de día, no
los conocés porque vivís ahí de tarde a noche y a la mañana te vas.
Era jueves a las tres de la tarde y era mamá. La voz se le
quebraba como cuando dice algo cursi que me incomoda, pero esta vez era algo
más. No era cursi, tenía miedo. Aldi vení al Fernández, es papá, está bien pero
tuvo un accidente. Está bien pero tiene un respirador y yo no sé qué hacer. ¿A
quién llamaste? A nadie, está Luis conmigo, ¿quién es Luis?, bueno no importa,
ahora voy, ya voy mamá, ya voy.
El asiento con rueditas se movió rápido para atrás y los
dedos de Vicky quedaron aplastados entre el brazo izquierdo y el escritorio. Perdoname
Vicky, es mi papá. Me voy, avisale a Lu. No sé, un accidente me dijo. Yo te
llamo, gracias. Perdón por la silla, perdón.
¿Un taxi hasta el Fernández cuánto tarda? No sé, debe ser
mucho. Me tomo el subte que es mejor. Catedral, 9 de julio, Tribunales, y perdí
la cuenta. La gente tenía un día como siempre, y mi papá había tenido un
accidente. Iba agarrada del pasamanos colgante que me tiraba del brazo, y el
viento que entraba por la ventanilla me hizo acordar a esa vez que mi papá
llegó de Expreso San Isidro y me llevó al zoológico en tren. Íbamos casi solos
en el vagón del medio, y los dos sabíamos que era más importante el viaje que el
destino, y lo vivíamos así. Miraba por la ventana como si estuviera enseñándome
algo, no sé bien qué, pero se sentía orgulloso. Era mi primer viaje en tren y estábamos
los dos solos disfrutando el viaje, enfrentados uno en cada asiento, como una
metáfora de nuestra relación, sin hablar mucho, creo que nada. Nunca supe bien
de qué conversar con mi papá. Pasó un tipo vendiendo garrapiñadas y mi viejo no
necesito estirar el brazo porque éramos los únicos que estábamos y a los únicos
a quien mirar. Comimos las garrapiñadas y nos bajamos en Palermo. Seguramente
fuimos al zoológico, no me acuerdo.
Sonaron las chicharras de que faltaba poco para cerrar las
puertas en estación Alto Palermo. Perdoname, me bajo acá, perdón, si, me olvidé
que me bajaba acá, perdóname, listo ya pasé, perdón, gracias. La máquina se fue
y yo me quedé sola, en la estación. La gente salió y subió por la escalera
mecánica. Cuando reaccioné subí por la otra, no quería llegar. Caminé
despacio cruzando el parque Las Heras. Debe ser una exageración de mi vieja,
seguro que es una exageración de mi vieja, esto va a terminar mal, en pelea por
haberme asustado así. Ay mamá qué exagerada, cómo me vas a asustar así, salí
corriendo de la oficina, le aplasté los dedos a Vicky. Si papá está bien, en
observación un rato, se golpeó un poquito, ese moretón ya se le va a ir. Estaba trabajando
mamá, para qué me llamaste.
Entré por la parte de las ambulancias porque ahí me dijeron
que estaba la guardia. ¿Quién sos? ¿Luis? ¿Viste a mi mamá? Ahí estaba, en el
pasillo. Tenía los ojos como dos canicas, casi que sin expresión. ¿Qué pasa má?
¿Y papá? No llores má, seguro que está bien. Yo voy, no te preocupes. Vos
sentate y quedate con Luis. ¿Quién es Luis? Ah sí, el marido de Chuchi. Bueno,
vos quedate con él. No llores má. Papá va a estar bien.
Me dijo que caminara hasta el final del pasillo, que lo iba
a encontrar ahí. ¿Lo viste a mi papá? Roberto se llama. Me dijo mi mamá que se
golpeó las costillas, que tiene algo ahí. No, no me dijo bien dónde estaba,
pero me dijo que lo buscara acá. ¿Ese es mi papá? Ah, gracias.
Lo vi sin que me viera, y aproveché esos cuatro, cinco
segundos de invisibilidad para poder poner la cara que quería. Cara de miedo,
de no saber qué hacer, de escuchar gritos, dolor, que llamen a alguien, que no
podés hacer nada, que ojalá me estuviera doliendo a mí. Perdoname pá, soy muy dura
con vos, es que nos parecemos, pero yo te quiero pá, tenés que estar bien. No
le podía decir nada, pero lo agarré fuerte de la mano y me sonrió. Intentó
mostrarse fuerte pero no podía, le costaba respirar. Llamá a una enfermera
hija, no aguanto más. Ya fui pá, me dijeron que te tenés que aguantar, ya pasa.
Agarrame de la mano fuerte así sentís menos, a mi no me duele, apretame. Te
quiero pá, perdoname. Pensé que mamá exageraba. Tendría que haber venido más
rápido, en taxi, o cruzar el parque Las Heras corriendo. No quise creer.
Justo hace un tiempo pensaba que ya era hora de ocuparme más,
qué yo no me preocupaba por ellos, que ya son grandes, que ya tendría que
llamar para ver cómo están. Que no hablamos nunca porque no me quieren molestar,
y yo que nunca atiendo el teléfono. Que en mi afán de independizarme, de ganarme mi
espacio, de jugar a la autonomía en un departamento prestado, me alejé. Que quizás ya no sabemos de qué hablar, de que somos tan distintos,
de la imagen que construí para ellos y me creyeron. De lo que nunca les conté, de
lo que quiero hacer y no me animo. De lo que me gusta pero es raro, y no puedo compartirlo. Y de política mejor ni hablar. Y no te metas con Dios,
porque no vas más los domingos. Papá y mamá me criaron a su manera, como todos
los padres, y yo como una luz que rebota en el espejo, me esforcé por
convertirme en todo lo contrario, al menos, en algunos puntos que en mi vida
son prioridad.
Eran las seis y ya no gritaba, no decía nada. Creo que se
había acostumbrado al dolor. Mamá seguía en la salita de espera, no quería
entrar, o no podía. Quién sabe. ¿Te hago unos masajes en los pies? ¿Para qué?
No sé, dicen que ahí están todas las terminaciones nerviosas del cuerpo, quizás
te alivia. Sólo quería hacer algo, sentirme útil, que podía palear su dolor. Él
se entregó a su hija aún sabiendo que eso le iba a doler. Quería sentirse
cuidado, protegido, cerrando los ojos con la confianza de que había hecho las
cosas bien, de que yo estaba ahí con él, protegiéndolo, intentando hacerlo
sentir mejor. Diciéndole en silencio que lo quería, mientras apretaba fuerte su
metatarso y rezaba por estar haciendo algo por él.
Ese jueves todos teníamos un plan. Papá tenía que llegar a
lo de Vázquez antes de las cinco para revisar una declaración jurada que iba a presentar el lunes. Mamá a la noche tenía pinturita, y le iba a dejar
preparada una tarta para que comiera antes de que ella llegara porque si
no se pone fastidioso. Gise se quedaba con las nenas porque Patín ensayaba. Me
había dicho si quería pasar a verlas pero yo quería dormir. No había dormido
nada y en lo único que pensaba era en cuando apagara la luz de la mesita y
sintiera el frío de la almohada en el cachete. Dos o tres minutos me
hubiera costado dormir.
Así fue el accidente,
como si lo hubiera previsto wikipedia. Imprevisible, incontrolable, falto de
explicaciones. Qué injusticia, me decía, mientras le mostraban las radiografías
a contraluz. ¿Cómo es vivir sintiéndose finito? Si viviéramos pensando todo el
tiempo en nuestra finitud, no podríamos. Todo lo que haríamos se convertiría en
un infinito para qué. La angustia que se apodera del cuerpo, la falta de
racionalidad. La religión, la política, el amor. La pulsión de vida y la
pulsión de muerte. Los cementerios, y los cadáveres. Dónde están ellos. Qué va
a pasar conmigo. Lo pensé y tuve que servirme más Coca. Levantarme hasta la
cocina, traer la botella, y servirme más Coca. Hacer una pausa. Pensar en qué
nunca me hago demasiado problema por esto, ni yo ni nadie, que mejor no pensar.
Que vivamos siendo felices y creyéndonos infinitos hasta que la muerte diga lo
contrario. Y que para qué vivir, y que para lo mismo que digo siempre. Que para
amar, que para sentir, que para emocionarse de algo, hasta a veces que para
sufrir, porque ese también es un dolor intenso que en algún lugar oscuro
despierta placer. Que me gusta el drama, que ya lo sé. Que hay que seguir
viviendo, que mañana le dan el alta. Que puedo dejar de pensar en eso otra vez.
Que mañana es viernes, y el sábado duermo hasta tarde. Y los ruidos del
edificio, qué lindos los ruidos, papá está bien.